Muchuak?

Saturday, August 19, 2006

El taxi

Si uno fuera un malvado cerebro y buscara el éxito de un plan como el de K. uno supondría que este tendría que empezar por lugares con una circulación masiva. Esta no sería una mala manera de aproximarse al objetivo, en lo absoluto. Digamos, si uno esta buscando masificar el uso de ciertos vocablos, la mejor manera es usarlos en lugares donde miles de personas transitan, como un colectivo, o una estación de tren o claro el tren mismo. Tendríamos razón, si no fuera que nos olvidamos de un detalle: no somos cerebros malvados. Todo esto asumiendo que ninguno de ustedes estimados lectores hayan pensado lo contrario. Es que los cerebros malvados son muy sutiles. Terriblemente sutiles. Es por esto que no gustan de lugares públicos, donde la infinidad de variables no les dejan controlar a gusto la situación.
El taxi, ese si que es un lugar espléndido. Piensen que en un taxi uno no solo puede terminar dominando la mente del taxista, sino que se asegura de que, siendo inevitable que un taxista le hable a su pasajero, este le pasará la información al siguiente. Es un proceso lento. K. cuidadosamente se asegura de no repetir al mismo taxista a menos de que no haya logrado su cometido en el primer intento.
Ahora, el problema reside en esto, como ya explique anteriormente, la nave insignia del maléfico plan de K. es "muchuak". Ahora... no veo a ninguno de ustedes saludando a su taxista amigo de una manera parecida siquiera. Claro que una de las tantas veces que K. estaba haciendo de las suyas, al subirse al taxi nota que el conductor era mujer, y una muy atractiva para su gusto. Claro esta que como buen estudiante de administración de empresas le pidió el teléfono la dirección, la invito a salir, pero no sin olvidarse de su plan. Al bajarse del taxi le dijo: "Nos vemos el viernes, muchuak".
Habiendo dicho todo esto volvemos a la mañana en que K. salía para su trabajo. K. caminó para la avenida y paró un taxi. Al subirse K. se dió cuenta de que no tenía una estrategia y además no había pensado en una frase para plantar en la mente de aquel taxista. Entonces se dijo que debía recurrir al uso de la mas segura de sus invenciones: Muchuak. Pero como expliqué anteriormente, cuando en una conversación con un desconocido uno usa siquiera algo parecido a dicha palabra.
En el accionar de quienes quieren conquistar al mundo no hay lugar para los errores, no hay lugar para dudar. Adentro de un taxi tampoco. K. subió dubitativo, algo nervioso y esto claramente lo pudo notar el taxista. K. sabe que a los taxistas no les gustan los pasajeros nerviosos, porque son mala charla, están siempre apurados o les terminan tratando de afanar. Entonces K. trató de hablar. Escupió un par de palabras que ni yo llegué a entender y se volvió a callar.
Respiró hondo y se tranquilizó. Entendió que podía sacar a relucir unos cuantos lugares comunes. Aprovechó toda esa escena de nerviosismo anterior para con un suspiro largar la frase: " Si seguimos así, este país se va a ir a la mierda." La charla fácil le iba a dar tiempo para pensar en algo, y mientras tanto, podía ir ablandando el terreno con su tradicional artillería de lugares comunes.
La charla surcó toda la amplia gama de tópicos que suelen tocarse. Si la verdad que es todo culpa de la inmigración; lo que pasa es que la juventud no es como nosotros que éramos verdaderos laburantes; si, yo lo voté, pero la próxima elección voy a votar a este otro que promete. Y a K. se le acababa el tiempo. Ya se aproximaba a su trabajo y todavía no había plantado bandera en la mente de este taxista -Roberto de nombre Nicolás de apellido- cuando de repente metió la mano en su bolsillo y encontró su celular.
Atendió esa llamada que no estaba recibiendo, y arrancó con una desagradable sarta de empladagocidades
-Hola bichito, ¿cómo andas mi amor?
-Si, yo también te amo
-¿Hoy vamos al cine no?
-Buenísimo, bueno mi amor te dejo que estoy llegando al laburo. Besitos, muchuak.
Lo había logrado. El taxista Roberto al escuchar esta ultima palabra, puso cara de a-mira-vos-lo-que-es-nuevo, y se quedó pensando. K. podía leer en los labios de su conductor -los que se reflejaban en el espejito retrovisor- que pronunciaba en voz baja una y otra vez...muchuak.

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